Cuando observamos el océano vemos que cada ola tiene un principio y un final.
Una ola puede compararse con otras olas, y podemos calificarla de más o menos bella, más alta o más baja, o más o menos duradera. Pero si observamos más a fondo descubrimos que la ola está hecha de agua.
Aunque lleve la existencia de una ola, vive también la vida del agua. Sería triste que la ola no supiera que es agua. Pensaría: «Algún día tendré que morir. Este período de tiempo es la duración de mi vida y cuando llegue a la orilla regresaré al no-ser». Estas ideas pueden provocar en la ola miedo y ansiedad. Si la ola quiere ser libre y feliz, se desprende de los conceptos del yo, la persona, el ser vivo y la duración de la vida.
Una ola puede reconocerse por los signos: alta o baja, naciendo o desapareciendo, bella o fea.
Pero en el mundo del agua no hay signos. En el mundo de la verdad relativa, la ola se siente feliz al crecer y se siente feliz al caer.
Pero cuando la ola percibe su verdadera naturaleza —que es el agua— todos sus complejos desaparecen y trasciende el nacimiento y la muerte.
La liberación es la capacidad de ir del mundo de los signos al de la verdadera naturaleza. Necesitamos el mundo relativo de la ola, pero para gozar de una verdadera paz y alegría, necesitamos también sentir el agua, la base de nuestro ser. No deberíamos permitir que la verdad relativa nos aprisione y nos impida sentir la verdad absoluta. Al observar profundamente la verdad relativa, comprendemos la verdad absoluta. La verdad relativa y la absoluta se ínter-abrazan. Ambas verdades tienen un valor.