jueves, 27 de diciembre de 2018

Película Roma,amor al revés

Un coche enorme que, procedente del espacio público (masculino), entra con dificultad en el portalón de la casa (femenina). No vemos el rostro del patriarca. Lo intuimos a través de sus manos que sostienen un cigarrillo y que maniobran al volante. El profesor, el marido, el padre, el proveedor. Un hombre con traje que, ausente del hogar, vuelve a él con el poder que le da haber nacido con un pene entre las piernas. El tipo que, aunque apenas ocupe un par de escenas, y del que apenas escuchamos su voz, es en gran medida el detonante de lo que pasa en las habitaciones. Esa escena del coche que, al entrar, va pisando mierdas de perro, es solo una de las muchas con las que Alfonso Cuarón, con unos planos que parecen querer mantener una cierta distancia objetiva y con una narrativa que no impone ningún credo, dibuja a la perfección el contexto y los personajes de su Roma.
Es esta una de esas películas milagrosas en las que la mirada de un hombre creador es capaz de situarse más allá de su ombligo de genio y de posarse sobre la realidad las mujeres que siempre han existido para que nosotros fuéramos justamente los divinos, los autónomos, los protagonistas. Con evidentes tintes autobiográficos, el director de Gravity nos adentra en el universo de una familia o, mejor dicho, de una familia en crisis, y lo hace a través de los pasos medidos, prudentes y domesticados de las que cuidan. Esos seres para otros, que diría Marcela Lagarde, que, de la mañana a la noche, viven entregados a las necesidades, materiales y emocionales, de los demás.

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