Seré capaz y recta en mi conducta,
directa y amable al hablar,
humilde y sin presunciones,
contenta y fácilmente satisfecha,
con pocas preocupaciones,
y frugal en mis costumbres.
En paz, con calma, sabiduría y destreza,
sin orgullo ni exigencias,
nunca haré la menor cosa
que el origen o la fuente me deban reprochar.
Alegres y seguros,
que todos los seres vivan tranquilos.
Que todos los seres sin excepción
—sean débiles o fuertes,
grandes, poderosos, medianos, pequeños,
visibles e invisibles, cercanos y distantes,
nacidos y por nacer—
¡que todos vivan tranquilos!
No engañaré a nadie,
o le despreciaré por su condición.
No desearé el mal para nadie
con ira ni malicia.
Así como una madre protege con su vida
a su hijo, su único hijo,
con un corazón inmenso
amaré a todos los seres vivientes.
Irradiaré bondad al mundo entero
hacia arriba hasta los cielos,
y hacia abajo hasta las profundidades,
hacia fuera y sin límites,
libre de odio y animosidad.
Parada, caminando, sentada o acostada,
sin cansancio,
recordaré esta instrucción.
Éste es el estado sublime.