“Hoy me gusta la vida mucho menos / pero siempre me gusta vivir, ya lo decía”. Estos versos son del peruano César Vallejo, y los recuerdo porque ellos resumen, a pesar de haber sido escritos en los años 30 del siglo pasado, lo que muchos estamos experimentando
Al comienzo de esta cuarentena media humanidad se dedicó a hacer pan, a comprar el maíz y hacer Arepas caseras y, además a desempolvar la receta de nuestros parientes que en otro tiempo dedicaron parte de su hermosa vida a cuidar el paladar de sus hijas e hijos y demás.
Con tal ahínco nos metimos a La Cocina, que en todos los supermercados del mundo se acabó la levadura. En las redes sociales comenzó a surgir la necesidad de aprender sobre huertas y jardines, a menudo se veían fotos de lechugas,cilantro y otras hierbas en los balcones. La gente se pasaba el dato de dónde aprender y encontrar los ingredientes, con la misma premura con que los venezolanos se pasan la voz, en tiempos de escasez, sobre dónde encontrar mantequilla, huevos o harina para hacer arepas. Siempre me pareció curiosa esa elección, la de hacer huertos caseros y... pan, tortas de zapallo,zanahoria y banano en casa. Tan curiosa como la de correr a comprar grandes volúmenes de papel higiénico.
Todas las labores muy significativas. Hacer Huertas,pan,Arepas y tortas cuando empezó el confinamiento obligatorio, esto significó mucho más que no tener que ir a las panaderías. Fue, creo, la concreción del deseo de ver en esa reclusión forzada una oportunidad: la de hacer cosas que nunca hicimos. Pero la elección parecía entrañar, además, un elemento simbólico: un regreso a lo esencial, a lo básico, a lo que todas, si queremos, podemos hacer con nuestras manos.
Una opción que reemplazaba la avidez de la sociedad de consumo aunque fuera por unas semanas. De alguna manera, también, era como recuperar la noción de hogar, una palabra que no sólo significa casa sino “sitio donde se hace la lumbre en las cocinas”. En el hogar, al fuego, se hace la hogaza, del latín focacia y de cius, cocido al fuego.
Hacer pan y otras labores ha sido una manera de darle sentido al paréntesis obligatorio de la pandemia. Entre esas cosas manuales está también escribir,pintar, redecorar la casa, desempolvar cuadros y fotos guardadas por años. Labores Manuales y corporales, porque también se escribe con todo el cuerpo. Y, por supuesto, espirituales: el hacer, se une con la vida reflexiva. Todo eso sucedió porque pensamos que duraría dos, tres meses. Después del desconcierto nos preparamos para resistir con estoicismo, y lo aliviamos, también, con un poco de humor. Las redes se llenaron de memes.
Pero luego ha estado llegando el cansancio, la necesidad del abrazo, del beso, de la presencia para reírnos a carcajadas del aburrimiento de lo mismo, dándonos cuenta que la comunicación por redes y las clases y conferencias por zoom o Google Meet no son suficientes ni plenas.
Ahora estamos teniendo la percepción del confinamiento como un tiempo que se prolonga sin esperanza. Para no hablar del miedo, de las noticias que sofocan especialmente a la gente mayor, dolor de saber que en este mismo momento hay muchos que están muriendo asfixiados, en la más aterradora soledad. Y que también nosotros podemos morir.
En Alguna parte leí que...