viernes, 20 de abril de 2012

el crecimiento isometrico de las plantas

El crecimiento isométrico de las plantas
¿Puede haber metáfora más clara, más bella, más cierta del incesante pujar de la Vida que el brotar de las hojas de las ramas aparentemente muertas del invierno? ¿De dónde procede la señal? ¿Cómo se transmite la noticia por todas las copas para que se produzca semejante despliegue de verdor en el momento oportuno? ¿Qué calor acogedor perciben para abrirse y entregarse de este modo? No sabemos nada del crecimiento invisible de las raíces en invierno. Pero sí sabemos algo: que las ramas crecerán tantos centímetros como habrán crecido aquellas. A eso se le llama el crecimiento isométrico de las plantas. La naturaleza es sabia y hace cada cosa a su tiempo. ¿Cómo podrían crecer las ramas si antes no se hubiera preparado el árbol desde su base? El trabajo invisible se hace visible a su tiempo, pero de modo diverso, porque lo que se deja ver no es lo mismo que permanece oculto. Las raíces no son las ramas, y sin embargo, tienen muchos puntos de semejanza en su avanzar sin hacer ruido, a un ritmo imperceptible a los sentidos. En cualquier caso, sabemos que las ramas han crecido hacia arriba porque las raíces se han extendido hacia adentro. Hay una correspondencia, una armonía entre lo visible y lo invisible, entre la expansión y el retraimiento en ritmos proporcionales. Vivir es aprender a dejar tiempo a cada estación. Aprender a no precipitarse. Dejaremos que surjan de nosotros esos brotes verdes de nuestros troncos arrugados y adustos por cuyo interior corre la Vida. Nos dejaremos recorrer por esa savia y aunque se arremoline en algunos nudos, esperaremos a que los libere la primavera. Aprenderemos a que cada estación deje su huella y celebraremos la aparición de las flores. Dejaremos que vengan mariposas y abejas y que succionen nuestro polen para hacer de ellos miel en sus panales perfectos. Dejaremos que caigan los pétalos de las flores para que pueda crecer el fruto que contienen. Dejaremos luego madurar el fruto. Tampoco aquí nos precipitaremos. Permitiremos que los pájaros nos picoteen o que alguna mano amiga arranque nuestra fruta madura o que caiga por su propio peso y…, abierta en tierra, soltaremos las semillas que en su momento habrán de germinar. Dejaremos que los amantes vengan a reposar bajo la sombra de nuestras hojas y graben palabras de amor en la corteza de nuestro tronco esbelto. Dejaremos que todo eso suceda a su ritmo. No nos precipitaremos. Tan sólo seremos testigos de tanta vida y compartiremos nuestro agradecimiento. AUTOR: Javier Melloni Ribas (Barcelona, 1962)
jesuita, Doctor en Teología y licenciado en Antropología cultural, miembro de Cristianisme i Justicia y profesor de Teología Espiritual en la Facultad de Teología de Barcelona y en el Instituto de Teología Fundamental de Sant Cugat (Barcelona). Forma parte del Centre Cristianisme i Justicia, de EIDES (Escola Ignasiana d'Espiritualitat) y del equipo del Centro de espiritualidad de la Cueva de San Ignacio, en Manresa. Especializado en temas de diálogo interreligioso. Vive en la Cueva de San Ignacio (Manresa) desde donde acompaña y reflexiona sobre las diversas manifestaciones de la experiencia de Dios. De trato cercano y sencillo, destaca en él la alegría de la persona que habita en los espacios del Amor a toda existencia. Si le sigues con tu mirada, podrás contemplar la experiencia humana cotidiana de la fraternidad esencial hacia el mundo. Tomado de la pagina: ASOCIACION MAESTRO ECKHART.

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