domingo, 11 de febrero de 2018

La última comida de Budda

La última comida de Buda
Buda predijo el día de su muerte tres meses antes y desde ese momento en adelante anunció a todos el tiempo y lugar de su propia extinción. Después de su última comida la narración dice que él caminó la corta distancia hacia Kusinara a iniciativa propia. Desde la época de su muerte, ningún hindú, ningún budista ha sugerido alguna vez que haya muerto de envenenamiento por hongos. Su muerte no ha provocado discusión entre los budistas. Sabiendo como ahora lo sabemos cuáles fueron los hongos que sirvió Cunda, éstos pudieron haber provocado un trastorno en el estómago de un hindú micófobo, pero no pudieron haber causado su muerte. Murió por su propio poder de voluntad, por su propio mahasamadhi. O, más que provocar su propia muerte, ¿no utilizó el poder del yoga, bajo circunstancias penosas, para posponer su traslado al nirvana hasta que hubo alcanzado su lugar de elección?
El sustituto del soma explica y justifica las extraordinarias palabras utilizadas por Buda al limitar tan sólo para sí mismo este platillo. Al destinar a un hoyo el putika excedente, se mostró familiarizado con sus propiedades cotidianas. Ahora que conocemos las propiedades precisas de este hongo, y que está aclarada su etimología como emparentada con “pútrido”, su fuerte vínculo con el soma es una buena explicación para la creencia santal de que es generado por el divino rayo.

Hasta este punto nos hemos concentrado solamente sobre una fuente –el texto pali canónico del Digha Nikaya– para los detalles acerca de la vida de Buda. Es la escritura sagrada de la rama theravadina del budismo, la cual tiene sus cuarteles generales en Sri Lanka. Existen, además de ésta, otras cinco recensiones maestras de su vida, cuatro en chino y una en sánscrito. Todas ellas mencionan la parada en Pava y nombran a Cunda como el anfitrión, pero ninguna de ellas menciona el sukara-maddava. Una explicación obvia para esta omisión es que los chinos son micófilos naturales: comen con fruición todos los tipos de hongos comestibles y los conocen. Ellos no entenderían por qué Buda honraría al putika diciendo que sólo él podría digerirlo. Para los chinos todo esto habría sido incomprensible.
El episodio de Pava se presta a varias explicaciones; el registro escrito contiene algunas anomalías. Si tuviéramos que ofrecer la solución que creemos más verosímil, seria ésta.
Sólo el comentario sobre el Udana, que Buddhaghosa presentó como un rumor, demuestra que Cunda el sudra sabía del uso del putika hecho por los brahmanes. Cunda ciertamente conocía este hongo como un favorito universal entre quienes comen hongos cuando es temporada, y estaba en temporada precisamente entonces: se sorprendió cuando Buda reconoció el hongo y le pidió, en un pasmoso lenguaje no familiar para sus oídos, que los sirviera sólo a Buda. Cunda estaba orgulloso de haber reunido hongos para todos, y ahora le prohibían darlos a los huéspedes o incluso que los comiera él mismo.
Poco después de que Buda comió sus hongos con arroz, cayó violentamente enfermo. Esto seguramente causó consternación y mortificación a Cunda. Hubo alarma y murmuraciones contra Cunda y contra los hongos de la reunión, pues todos o casi todos eran hombres dos veces nacidos y se les había adoctrinado contra los hongos. Podemos imaginar el embarazo de Cunda pero no tenemos ninguna información al respecto: una opaca nube de silencio cae sobre él.
En el Digha Nikaya Buda exonera a Cunda de manera algo pomposa, debido a las circunstancias. Tal vez todo el mundo recordaba que Buda había levantado la voz a favor de Cunda y muchos lo habían oído, pero ninguno recordaba lo que él dijo precisamente. Parece que alguien compuso el párrafo mucho después. La apropiada exoneración de Cunda demostró la previsión y la nobleza de Buda en las circunstancias más penosas.
¿Acaso no fue introducido sukara-maddava en lugar de putika en Rajagrha para evitar confundir a las personas respecto a la actitud de Buda hacia la vieja religión? Él mostró cierta actitud hacia los putika, y reaccionó ante ellos de una manera que nosotros en la actualidad, en otras circunstancias, podemos entender por primera vez.
Y por lo que concierne a las diversas explicaciones en los dos comentarios canónicos para sukara-maddava, éstas también pueden haber sido introducidas en Rajagrha, o tal vez más probablemente en época tardía durante el reinado de Asoka, cuando la necesidad de una explicación se hizo sentir de manera creciente en la comunidad budista. Jamás se ha dado ninguna importancia teológica, entonces o más tarde, al episodio de Pava porque, después de todo, Buda estaba bajo una aguda tensión en esa época, lo cual se aunó a su enfermedad, a su inminente extinción predicada libremente desde que estaba en Vaisali, tres meses antes del episodio en Pava y del inesperado platillo de putika, que repentinamente le salieron al encuentro. Hubo demasiados comentarios entre los que estaban presentes como para suprimir el episodio, pero obviamente el putika no habría de ser identificado llanamente. El sukara-maddava fue una manera de decir la verdad y, no obstante, interponer obstáculos para su entendimiento. Quizás la palabra fue un neologismo inventado ad hoc.
Ahora vemos por primera vez en qué predicamento tan dramático involucró accidentalmente a la religión budista en el preciso momento de su nacimiento la proscripción brahmánica sobre los hongos para las castas dos veces nacidas. Todavía no sabemos –probablemente nunca lo sabremos– cuándo entró en vigor esa proscripción, tal vez fue a través de los siglos, mientras se componían los himnos védicos, o posiblemente cuando los jerarcas de los brahmanes supieron de las virtudes enteogénicas de Stropharia cubensis, tal como las conocen las clases inferiores que viven en la India, o cuando finalmente abandonaron el soma y adoptaron el putika como su sustituto. Pero sí sabemos cuán efectivamente los theras budistas falsearon los hechos en el Digha Nikaya, hasta que un investigador, 2.500 años después de que tuviera lugar el acontecimiento, reunió las evidencias, y con la ayuda de Georg Morgenstierne, Roger Heim, Stella Kramrisch, Wendy Doniger O’Flaherty y, sobre todo, del pueblo santal, ensambló las piezas del rompecabezas.

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