sábado, 6 de septiembre de 2014

la interesante vida de Teresita Gomez. pianista

durante la celebracion de los 20 años de la fundacion para vivir el zen, Zipacon, cundinamarca. Templo La Tierra. 

Mal calculados, Teresita Gómez puede tener cinco años de edad. Ni la dureza de la vida, ni la fama, ni el reconocimiento, ni mucho menos la discriminación y la inquisitorial persecución, han logrado hasta el momento asesinarle su niña. Nunca ha aspirado a ser una mujer adulta, pues su secreto es este: le quedó congelada su infancia. Es algo que va en la sangre, en la piel, en no se sabe qué, tal vez en el duende; ella lo tiene porque sí. Es verdad que Colombia ganó con esta criatura expósita una maravillosa pianista, pero la mujer, el ser humano, dobletea a la artista: es una obra maestra del azar. Si perdimos a una gran actriz, la culpa la tiene Bach. ¡Cómo sería este animal de mujer deambulando en dramas y comedias por nuestros escenarios!

Ha sido imposible establecer en esta conversación un trazo que abarque su inmensa personalidad. Sus palabras en el papel no dejan de ser seductoras, pero la conversación a carne viva, con su voz ahogada y guarachera, es un prodigio musical. Razón tenía Goethe al suponer que la conversación era el gran arte, porque quien conversa instala un teatro donde la música, la danza y la poesía están involucradas, y eso es plenamente verificable cuando se habla con Teresita.
Pocos desconocen que al nacer fue adoptada por el matrimonio de Valerio Gómez y María Teresa Arteaga, oriundos de Marinilla, que se desempeñaban como porteros en Bellas Artes. Ellos cada día comprobaban con inquietud cómo la niña mostraba inclinación por el piano, que usurpaba clandestinamente en las horas vacías de la institución: “donde se den cuenta nos echan, Valerio”.
Teresita vivió su infancia entre cantos, acuarelas, ballet, escenarios e instrumentos musicales, cosas que compensaban el aislamiento de los otros infantes, a quienes no les permitían acercarse a ella porque era “de color”. En esa fragua se templó el acero.

¿Cómo te ha ido de maestra?

El tema de la educación es de alto calibre, muy delicado. El educador debe tener mucho amor por lo que hace, estar convencido y tener el desprendimiento para poder ayudar a esas personas, comprometerse, y comprometerse es jodidísimo porque es una renuncia. ¿O estoy hablando pendejadas?

No, siga, siga

Tú tienes que renunciar a muchas cosas para implicarte con seres humanos y, como lo dice bellamente Saint-Exúpery, “ser responsable de lo que se domestica”.

¿Qué son tus alumnos?

Son mi familia, no hay otra, ni siquiera… Voy a decir una blasfemia: ni siquiera mis hijos, eso es otra cosa; los alumnos son los hijos que le manda a uno la vida. Me crié cuando no había ni maestrías ni doctorados ni nada de eso: era el amor incondicional por la música, sin ninguna búsqueda exterior. Si la fama llega, bienvenida, pero aquel que se pone para ser famoso está perdiendo el tiempo, se está alejando años luz de la meta, porque hay que renunciar. A un actor o un músico de verdad, en el momento en que se para ahí, se le tiene que olvidar cómo se llama, de dónde viene y de qué familia es: tiene que hacer una verdadera entrega.

¿No es ya el pedagogo simplemente un obrero calificado, un asalariado?

Sí. La del maestro es una responsabilidad diría cósmica –en lo que yo entiendo por cósmica–: es entregar algo al universo, dar de vuelta, ser vehículo y puente para que otros sean.

Pero has tenido una experiencia formidable en la Universidad de Antioquia, hasta te condecoraron…

Los primeros años fui profesora por necesidad, por ganarme el pan. Antes me enfrentaba a problemas con los alumnos que no sabía cómo resolver. Cuando llegué a la Universidad de Antioquia no llegué como profesora de piano sino de música de cámara o acompañando cantantes, porque sé mucho de ópera. Empecé a trabajar en el pregrado, y esto ha ido avanzando de tal forma que me encarreté con la enseñanza.

La operación de tus manos fue un momento difícil…

Me operaron las manos y mientras me recuperaba daba clases. La recuperación fue muy lenta pero tomé conciencia, pues tuve que volver a aprender a mover mis dedos. La fuerza se fue, la velocidad mermó un poco, me dolía mucho, confundía la izquierda con la derecha; eso fue una pesadilla. Me tocó empezar a aprender otra vez la parte ya no musical y de interpretación, sino motriz; ya no era fácil para mi tocar piano con agilidad. Aprendí a dar clase, aprendí de la permanencia, se fue la fama, todo eso se acabó. Fue muy doloroso. Fuera de eso, volví a entrar en el medio musical. Me decían: “¿Y sí vas a poder volver a tocar piano?”; “pero eso es una operación muy delicada, Tere; quién sabe si volvés a tocar”. ¡Hacían unos comentarios tan oportunos! Yo pensaba: no sé si vuelva a tocar. Pero fijate, me ayudó Bach: salí avante gracias a Bach.

¿Y a Bach cómo lo sentís? ¿Cómo lo traducís en esos términos del alma tuya?

A mí me parece que Bach es el pulso del universo, es un ritmo implacable. Donde nos falle el ritmo del universo, ni el ejército ni la guerrilla pueden hacer nada (ríe). Bach es un ser religioso, un místico, me da mucha serenidad. Es el único compositor que te quita la depresión, porque es mántrico, repetitivo. Por eso es tan bueno para el jazz. La música es antes y después de Bach.

Ciorán le preguntó a su madre si creía en Dios, y ella le respondió: “creo en Bach”. Hablemos de Chopin

Llevó el piano al nivel de la poesía: no es un músico, es un poeta. Puso a cantar el piano, porque el piano es un instrumento de percusión ¿no? Buscaba la nota azul, que es como cuando baja el santo; quiero decir, no la puedes estudiar, tiene que bajar, sale misteriosamente después de mucha técnica, es el duende en Lorca. Chopin es parcerísimo mío. Es como si existiera lo que se llama reencarnación y yo hubiese sido su vecina. Sé qué es un buen Chopin porque lo he tocado en Varsovia, sé cómo debe sonar.

Beethoven

Fascinante. ¡Uy, qué difícil! ¡Tenía que ser sordo ese hijueputa! Solo se puede definir con una palabra: grandioso. Beethoven es igual a fuerza. Su música es el mundo que él construyó. Vivía en la adversidad, era pobre, sordo y se enamoraba de las condesas. No le faltó sino ser negro.

Haydn

Humor.

Schumann

Esquizofrenia. Su música es teatral porque es de varios personajes: Florestán el cómico, Raro, que era el apacible, y Eusebius el filósofo.

Una histeria que produce personajes, heteronimias que anteceden a las de Pessoa; Schumann es de 1810. ¿Entonces cuál de los tres escribió la música de Schumann?

Para tocar el piano hay que crear personajes. Yo no soy siempre la misma, estamos habitados por muchos otros.

Schubert

Transparencia. Escribió todo en los cafés y vivía de los amigos ricos que le costeaban su existencia, lo cual me parece muy bien, como debe ser. Es el romanticismo frío, escueto.

Mozart

Mozart no se puede tocar de malgenio, porque el cuerpo tiene que estar muy liviano. Es muy transparente, cualquier cosa se nota. Tocar Mozart es estar en una cuerda floja, como si a un mantel de lino blanco le cayera una gota de vino rojo.

su experiencia con la meditacion zen

A finales de los noventa volví al zen porque estaba destruida con la muerte de mi hijo Vladimir. Se me acumularon todas las desgracias del mundo. También la élite musical me sacó de taquito, y a esa élite yo la respeto mucho, son los mejores. Rechazo tras rechazo, ¡no joda, ya es hora de que me indulten! Así que en las peores, con las manos operadas por contera, fui donde un amigo en Bogotá y le dije: “estoy deprimida, estoy muy mal, ya la búsqueda mía cesó, de eso no quedó nada, no hay dios que me interese”. Me dijo: “¿Por qué no pruebas con el zen? Vamos a buscar al monje Andre Lemort a ver si te da la postura”. Allá llegué, y Lemort me hizo pasar y puso una silla ahí y otra aquí aislada, como una cosa rara no había mesa en la mitad. Me dijo: “¿Y qué?”; “¿qué? que estoy mamada, que mi vida me importa un culo, que no creo en nada”; “ah bueno, eso no está grave. ¿Y qué quisieras?”; “que me dé la postura, la ordenación de monja”; “bien, empezamos esta noche”; “esta noche no se puede, me voy a las cinco para Medellín”; “entonces no”. Tocó aplazar el viaje. Me quedé a su lado aprendiendo, y en el 99 me dio la postura de monja, que es un ritual que me gusta mucho porque es muy teatral. Le escribí esta carta: “Maestro, la vida me llevó a este momento, el más importante, no tengo por dónde escalar; el amor, el éxito, mi familia, todo lo que ha sido mi vida necesita un cambio, un cambio profundo, lo he encontrado a usted y quiero estar ahí en esa postura que me confronta con mis miedos, mis ilusiones, mis disfraces… Tómeme como su discípula. Mi tiempo, el que me queda, quiero practicar. No sé este barco dónde me llevará, quizá a ninguna parte. No tengo conocimientos teóricos pero no me importa, estoy cansada de todo, lo que quiero es la práctica. ¿Me permite ordenarme? ¿Me permite ser su discípula? Es algo que está más allá de mi necesidad imperiosa, considere mi petición”.

Qué bueno sería irme de dōjō en dōjō por el mundo sin que nadie sepa nada de mí, solitaria.

Ahora estoy leyendo Qué viva la música de Andrés Caicedo

algunos apartes tomados de : Entrevista tomada de la edición No. 26 del periódico de Medellín en Escena. teatro Matacandelas.

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