miércoles, 15 de abril de 2015

Cuando Hebe Uhart llegó a Irazusta, un pueblito cercano a Gualeguaychú en la provincia argentina de Entre Ríos, el chofer del carro que la llevaba le preguntó desconcertado: “¿Y se va a quedar acá?”. El hombre probablemente tenía razón: no había mucho para ver, pero ella se quedó y publicó una crónica sobre Irazusta que apareció en su libro Viajera crónica de la editorial Adriana Hidalgo en 2011. De la visita escribió: “Lo primero que vi fue un terreno baldío, con una vaca y una oveja. Me paré a mirarlas. Un hombre que pasaba me dijo: Esa es Rosa y la oveja se llama Mariana”. No pasa mucho más. El pueblo no se incendia ni Uhart descubre a un pariente perdido. “Acá hace dos años vino un holandés de Holanda”, le comenta un habitante llamado Roque. Y la crónica termina con ese mismo tono apacible y no por ello menos intrigante que recuerda los cuentos de Juan rulfo.
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Hebe Uhart vive en el barrio de Almagro en Buenos Aires. Dice que Almagro tiene una fuerte influencia del Hospital Italiano, con hostales para los familiares de los pacientes que vienen de afuera, cafés para los médicos y que es menos homogéneo y prolijo que Caballito, el barrio vecino. “En Caballito los grafitis, que son reveladores de un lugar, son políticamente correctos, mientras que acá te ponen: ‘Lucas puto’. Luego se ríe. Uhart se ríe con frecuencia porque recuerda una frase ingeniosa de un campesino, un refrán cambiado por el habla local (“No hay mal que por bien no venga, me dijo una vieja renga”), un episodio de su juventud o alguna tontería que alguien dijo. “Me interesa trabajar los lugares comunes y las pavadas que decimos todos”: La protagonista del cuento “Turistas y viajeros”, una argentina que viaja a Italia, le dice a su amiga: “Me daban ganas de tomarme un avión de vuelta, me acordé de la novela de allá. Después me tenés que contar cómo siguió. ¿Se casó con el rubio o con el delincuente?”.
Su obra narrativa tiene dos rasgos característicos que también se pueden ver en sus crónicas: hay una cercanía al lenguaje oral y a lo cotidiano. Esto no se debe confundir con un afán descriptivo o meramente anecdótico. Uhart llega a lo profundo de un personaje que construye o de un lugar que visita con la sencillez que solo da el asombro verdadero. Su escritura, de frases cortas y precisas, tiene una ligereza similar a la conversación, de hecho, en varios cuentos el protagonista se dirige a un interlocutor que no está presente. Le interesa, además, recrear el habla popular –tanto de un pueblo rural de Paraguay como de una ciudad italiana– y en sus viajes busca refranes, nombres peculiares de lugares y avisos clasificados: en Asunción, por ejemplo, “una joyería se llama Resplandor” y en el periódico se lee: “Compro cualquier cosa”. En Arequipa: “Un poco lejos de la plaza, está el restaurante Mística y una calle se llama Moral. Una farmacia, El Desamparado”.

“El profesor José Luis Pérez me recibe en el porche de su casa a la hora de la siesta. Canta la chicharra y los perros están echados”, se lee en la crónica Antes del cambio, en la que Uhart recorre varios pueblos cercanos a Montevideo. En esa escena, como en el resto de sus relatos de viaje, nada parece haber sido transformado con fines narrativos. Al contrario,Uhart captura la belleza de un instante cotidiano que para otro podría ser insignificante. Prefiere los pueblos a las grandes ciudades –tiene un cuento sobre Alemania en el que está incómoda todo el tiempo–, los hoteles modestos que no tengan mucha tecnología y viajar por tierra.
Va a un lugar por intuición. A Asunción ha ido tres veces porque le gusta la alegría de los paraguayos. “Al campo me lleva la gente, que no tiene filtro”, dice. Eso le recuerda una historia: En Los Toldos, un antiguo asentamiento mapuche de la Provincia de Buenos Aires, fue al Museo de Eva Perón. La encargada del museo no aparecía y una muchacha que pasaba por allí la vio esperar y se ofreció a llamarla. La encargada dijo que no iba porque estaba indispuesta. Había unas cinco personas que querían entrar y la muchacha se fue de nuevo con el mensaje, pero regresó sola. Esta vez la encargada mandó a decir que cuando ella estaba no iba nadie y ahora que no podía sí llegaban. “Esas cosas me parecen insólitas”, termina.
En su casa, hacia el final de la entrevista, abre un cuaderno de hojas amarillas con refranes copiados a mano de los sitios que ha visitado. Los lee: “Qué sabe el burro de confites, si nunca fue confitero”, “No te pases al patio que vas a pisar los pollos”, “No me parece, Roldán, que todas las vacas sean suyas”, “Cada cual con su cada cual y yo con mi cada solito”. Y este último: “Suave como talón de angelito”.
no es muy lindo.pregunta ella...



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