martes, 5 de julio de 2016

Dimensión solar y dimensión terrestre
"Aquello que la psicología junguiana llama proceso de individuación -que en épocas anteriores fuera un misterioso camino iniciático- hoy es posible para una multitud de seres humanos"
Los humanos nacemos anidados en un compacto entretejido de creencias y símbolos, modalidades afectivas, intelectuales y religiosas. Este nido tiene múltiples capas: la familia, la cultura a la que pertenecemos, la nación, la religión y la civilización. A través de estas capas heredamos nuestra estructura genética, los hábitos alimentarios, una determinada relación con la naturaleza, nuestras costumbres e ideales. También una interpretación muy parcial de la historia, en la que nuestro linaje generalmente se siente especial y único con relación a los otros. Durante miles de años fuimos moldeados por la interpretación del mundo propia del grupo en que nacimos. Aprendimos a ver la realidad con los ojos del nido. En un sentido estricto fuimos poseídos por la trama de símbolos, emociones, creencias, ideas, imágenes y arquetipos que proviene del pasado de la humanidad. Entramos en una densa telaraña que nos hechiza con el mandato de continuar con ella. Conciente o inconcientemente buscamos experimentar las mismas formas y sensaciones con las que fuimos moldeados.
Desde el punto de vista astrológico, en cada existencia humana se pone en juego una tensión inevitable que expresa el encuentro entre nuestra dimensión solar y nuestra dimensión terrestre. La vibración solar de cada niño forma parte del orden del cielo e integra una secuencia ligada matemáticamente a los dibujos anteriores y posteriores al del momento en que habrá de nacer. Este conjunto de vibraciones -lo que los pitagóricos llamaban la música de las esferas- se entreteje con la sustancia de la Tierra. El orden del cielo tomará forma concreta dentro de los límites que le ofrezca la sustancia disponible en la Tierra. Se manifestará a partir del tipo de cuerpo, de emociones y pensamientos que la evolución planetaria ha producido.
Con cada nacimiento una nueva vibración, fresca y creativa irrumpe en los nidos que la humanidad tejió a través de los milenios. Y en ese momento la energía irrepetible de ese instante del cielo entra en tensión con el pasado que moldea inevitablemente al niño. ¿Será suficientemente potente la energía que trae como para diferenciarse y renovar la trama del pasado o este se impondrá forzando a lo creativo a repetirse una vez más? Cada uno de nosotros encarna al nacer una tarea de dimensiones cósmicas. En cada caso la dimensión solar de nuestro ser se encuentra con la inercia del pasado y su anhelo de repetición. Lo creativo y lo mecánico se unen en nosotros para realizar un nuevo aprendizaje.
Este es el tiempo de la ruptura de los nidos. En él cada una de las tradiciones parciales de la humanidad, por bella y útil que haya sido, mostrará sus insuficiencias y se verá obligada a interactuar con las demás. La incertidumbre reinante es el síntoma de que nuestros sistemas de creencias están siendo cuestionados por una realidad más compleja. Si estamos identificados con el pasado bajo cualquiera de sus formas es inevitable sentir miedo. La realidad parece cada vez más caótica. Pero si podemos visualizar una dimensión más amplia para nuestra existencia quizás nos demos cuenta de que vivimos una gran oportunidad.
La caleidoscópica realidad de nuestro presente con toda su confusión nos muestra que la malla del pasado se ha debilitado. Los nidos ya no pueden ejercer la misma presión uniforme sobre cada niño que nace. Esto significa que para muchos seres humanos la dimensión solar puede manifestarse ahora con mayor pureza y potencia, nuevas y más integradas experiencias se hacen posibles para todos nosotros. Aquello que la psicología junguiana llama proceso de individuación -que en épocas anteriores fuera un misterioso camino iniciático- hoy es posible para una multitud de seres humanos. El futuro del planeta depende de la cantidad de seres humanos que puedan atravesar por este proceso.
Por Eugenio Carutti

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