sábado, 9 de julio de 2016

reflexion de Sarah, mi hija. julio 7 -2016.Cali,Colombia

Íbamos libres de toda obligación, de toda carga, libres de miedo, libres como nacimos. Llevaba el bolso de siempre, que simula ser elegante, de cuero pero no lo es, con esquinas de un metal dorado que atraen, que dilatan la pupila. El bolso simula ser así y asa, como nuestra sociedad.

8:00 p.m. en San Antonio, barrio donde crecieron y se conocieron mis papás, barrio bonito, humilde, lleno de historias y aventuras, rico en cultura. En el bolso, un celular, 10.000 pesos, identificaciones que confirman de dónde soy, cuando nací y cómo me llamo; una cámara que simboliza mi vocación, que utilizo precisamente para revelar, destapar y manifestar que estoy del lado de ese par de seres…

En un segundo, ese bolso, esa extensión de mí (como dice mi mamá) se va, se aleja, se desvincula. Nadie hace nada a mi alrededor. Aún así, admito dentro de mí que me culparía si algo irreversible les pasara por mi situación.


Debilidad, rabia, impotencia, frustración. Se cumplen ciclos que no entendemos instantáneamente.


Al otro día descanso. Camino libre, afortunada. Verán mis fotos y sabrán que debía llegar a ellos esa cámara. Imágenes de paredes con grafitis revolucionarios, hippies doblando alambres, retratos de los que parecen ser invisibles en nuestra sociedad. Personas como ese par arriesgan sus vidas a diario para sobrevivir al caos cotidiano de una sociedad competitiva, que no vive pero sobrevive. Que juzga, que se mantiene prevenida.
¿Por qué yo tengo, y puedo tener dos juguetes y ellos ninguno?
Los llego a entender.






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